Las emergencias forman tal parte de la vida cotidiana que existen múltiples opciones para hacerles frente: un número teléfonico, seguros, té de tilo, Passinerva, pelotitas para el estrés… En fin, si no podemos evitarlas por lo menos hay que torearlas. Como en la vida de cualquier familia, en la nuestra ha pasado uno que otro accidente. Algunos más fatídicos que otros, pero emergencias al final de cuentas. Un popurrí de sufrimientos a continuación.

¿Es o no es?  Nos estrenamos nada más y nada menos que con una ¡fractura completa! Fátima estaba subida viendo a los peces. Se subía, se bajaba, se subía, se bajaba, se subía… Cuando decidió que la actividad debía terminar, se bajó con fuerza y le cayó un paquetón que contenía libros. Mi corazón me dolió desde que la oí llorar.  La cargué y fui a verle sus piernas. Una le dolía mucho. Yo estaba sola con tres niñas pequeñas, sin carro, sin teléfono y sin gente que pudiera ayudarme. Esperé que Renato llegará y le conté lo que había sucedido. Para esto, Fátima se había dormido.Renato me dijo que si tuviera fractura, no hubiera aguantado el dolor y menos conciliar el sueño.  Yo me quedé con duda, pero accedí… Al otro día, bajamos a la casa de mi mamá y Fátima seguía con dolor. No podía asentar la pierna. Todos me decían que si tuviera fractura, tendría la pierna muy inflamada. Pero las horas pasaban y ella seguía dolorida, así que la llevé a la emergencia de un centro de salud y efectivamente, fractura completa de la tibia, un mes entero con yeso…   Ese descuido salido de la inexperiencia, creo que nos llevó a estar más avispados para la próxima.
¡Y dale con los golpes! Llegó ahora el turno de Anneliese. Por estar jugando en la cama, se cayó y se zafó un huesito… Si movía el brazo, lloraba del dolor… Así que uuuuuuu, salió  la ambulancia al Juan Pablo II y allí nos dieron el diagnóstico y la referencia para un especialista que  colocara el hueso en su lugar.
Híncados en maíces.  El accidente que me ha puesto más nerviosa es el que nos sucedió con Ximena. Algún tiempo tuvo una especie de frenos para arreglarle un diente. De vez en cuando se le zafaban los alambritos y le lastimaban la boca. Un sábado mientras veía televisión sucedió. Tenía un alambre de fuera. Renato y yo nos dispusimos a cortar la partecita que estaba suelta. Después de algunas maromas, logré cortarla y le dije «Levántate porque si no se te puede ir…» Ximena se levantó pero ya se había tragado el alambre. ¡Por Dios! Ella lloraba, Renato corría de un lado a otro, a mí sólo se me ocurrió darle agua, calmarla… pero yo la miraba ¡pálida!  Y luego empezó  a decir: me duele aquí, me duele allá, siento algo aquí… ¡Ay no!  Y otra vez, uuuuuuuuuu, la ambulancia al hospital. Allí le practicaron miles de exámenes y no encontraron el alambre… Renato rezó tanto mientras esperaba, los marimberos y yo en nuestra casa también estuvimos hincados en maíces. La cuestión es que el milagro sucedió… regresó contenta y con el miedo y el alambre evaporado.
Emilio, hay Emilio…  Yo tengo un hermano que, de pequeño,  siempre se mantenía golpeado. Y cuando veo a Emilio, pienso que el ciclo se repite. Si no está raspado puro bolito, está aruñado, sino con algo inflamado… etc, etc, etc…  Se ha dado unos golpazos, dignos de Rocky I,II,III y IV… Anduvo un tiempo con la nariz super inflamada. Ahora mismo, está con un labio hinchado porque se cayó por correr descalzo…  Le ha pasado tanto que ya no recuerdo todo. 

El peor golpe.  Una mañana de domingo, después del desayuno mis hijos andaban corriendo en fila india. En mal momento dejaron a Nícolas adelante y en un decir Jesús, le cayeron todos encima… como dominó.  Solo con ver cómo cayó, Renato y yo imaginamos el cuentazo.  En efecto, cuando lo levantamos tenía la frente inflamada y morada.  El pobre pasó  una semana emulando al jorobado de Notre Dame…  Ahora, es justamente esa frente con cejas encontradas la que causa suspiros.

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.