¿Nosotros somos pobres?
Sí…
¿Y entonces por qué tenemos una casa y comida?
Ah bueno, porque somos pobres pero no tan pobres como quienes deben dormir en la calle o en una casa de cartón.
Mmm…
Algunas veces, mis hijas se han encontrado de frente con la pobreza extrema, pero nunca a solas. Han visto sufrir a alguien en total desamparo pero aún no han experimentado en carne propia no tener a dónde ir o no saber si ese día comerán o no. Por supuesto, que esto merece dar gracias a Dios. Alguna vez, yo le contaba a una mi amiga algunas de las penas económicas que teníamos. Al final de la conversación, ella me dijo que era mejor vivir con lo necesario, que la abundancia algunas veces impedía fijarse en lo verdaderamente importante. Yo pensé que tenía razón y al mismo tiempo recordé cómo de niña/adolescente me costó no contar con tooooooooooodooooooooo lo que yo quería: un carro de Barbie, un Ken para darle besitos a la veintiunica Barbie que tenía (y a la que además le había cortado el cabello de forma espantosa), unos patines, una bici, una entrada al concierto de Timbiriche, ropa bonita y no herencias de mis primas… en fin, siempre me peleé con «mi pobreza» que además me parecía la única y la peor (golpes de pecho).
Ahora que veo a mis hijos y me doy de frente con algunas de sus «frustraciones» porque no pueden tener esto o aquello, debo respirar (suspirar) muy hondo y ayudarles a descubrir que lo material es bonito, precioso, y si se quiere, envidiable pero que no es la muerte no tener un iPhone, tres carros, miles y miles de jugüetes, un par de zapatos de cada color y demás cosas pechochas. Sin embargo, cada vez voy más cuesta arriba. A pesar que mis hijas mayores están en un colegio «normal» (de gente como tú y como yo; sin pisto, pues) a veces se topan con aquella compañerita que se fue a New York, que tiene una casa de muñecas de tres pisos, o a la que le dan Q20 para la refa del colegio… Un día, Ximena me salió con que no quería ciertos pantalones porque se miraba como ¡pobre! Mi respuesta fue: #$%%&$ ¡pero si somos pobres!
Y confieso que a veces me siento incapaz de responder, entonces debo recurrir a la sabiduría ancestral y usar nuestras armas de persuasión: la más eficaz y económica es ayudarles a descubrir el valor de la sencillez. Lo «caro» que es el tiempo para hablar en privado y dedicar un momento a cada uno, tan caro tan caro que pocos pueden tenerlo; lo valioso que es apreciar la inagotable belleza de la naturaleza, la diferencia que puede hacer una caricia, una sonrisa, un beso en el momento justo; el peso en oro de una familia unida…
Otra de nuestras armas es el agradecimiento por analogía. Tengo muy presente el día que cruzando una pasarela encontré a un anciano pidiendo limosna, a la par de él estaba durmiendo a pierna suelta un niño. El pobre estaba acurrucado y tapado con algo que parecía ser una chumpa. A mí se me entristeció mi ánimo. La madrugada de ese día, yo había masticado una queja: «pobres mis hijos, levantarlos y llevarlos donde su abuelita tan temprano y con tanto frío»… Me sentí muy mal y creo que no lloré porque había mucha gente junto a mí. Ya en la noche lo conté en la cena y creo que a todos se nos hizo un nudo en la garganta. Y eso pasa algunas veces. Tanto que Ximena, un día me dijo: «Mami, ya no sigas porque me vas a hacer llorar». Vaya pues, la idea de esto no es que todos lloremos y después nos sequemos las lágrimas y nos dispongamos a comer nuestra delicioso almuerzo de medallones de pollo, ensalada de zanahoria y fideos con zuchini. La idea es que recordemos que «nuestra pobreza no es la peor». Que no nos compadezcamos de nosotros porque nos falta «algo».
Bueno, y la última arma es la ilusión.
– ¿Mami, tú cómo organizarías el segundo nivel? – pregunta Anneliese.
– No sé, nunca lo he pensado… (porque todavía estoy organizando el primero)
– Yo sí, mira pues, las chicas vamos a dormir arriba, tenemos una sala familiar y…
Oyéndola, me sorprendí de todas las aspiraciones cuadradas que tiene. Lo cierto es que me agarró en fly, pero luego que lo pienso me parece positivo que ellos se planteen que existen las posibilidades, y que si uno se esfuerza más que abrirse puertas, las empuja. Por el momento, en nuestra familia hay muchas ilusiones: una camionetilla, un segundo piso, unas bicis, una dvd, un Ken (de tal palo, tal astilla), un viaje familiar… aunque siempre hay más de alguien que pregunta: ¿Y si tuviéramos mucho dinero? Entonces, yo mejor entono la canción del sie7e:
que un Rolex
peso en el bolsillo
de gastar.
un iphone
te quiere escuchar.
diploma
de enmarcar.
más que el anillo
hay corazón.
que un grito
por amor.
que el oro
que un tabú.
tenerlo todo, todo
faltas tú.
bonito,
Latinos,