Este mes cumplí un año de haber cambiado mi rutina y trabajo de oficina de los últimos 10 años, por la aventura sin horario de estar en casa con mi hijo. Y lejos de sentirme estancada profesionalmente, frustrada y amenazada por el éxito que mis colegas puedan lograr en este tiempo (como suele percibirse actualmente), personalmente este ha sido el año más enriquecedor de toda mi carrera y el mejor ascenso profesional de mi vida.
Pero, para mi sorpresa, esta decisión ha generado más comentarios negativos de los que esperaba. Siempre que suelo compartir mi decisión con amigos o conocidos; incluso familiares, han pesado más las preguntas con relación a mi futuro profesional, las dudas sobre la estresante rutina en casa, los comentarios sobre lo bien que debemos estar económicamente para darnos este “lujo” y hasta los comentarios de “qué bonito estar como tú, sin hacer otra cosa que cuidar a tu hijo”.
En un curso para padres que tomamos con mi esposo el año pasado por ejemplo, yo era de las pocas mamás que se dedicaba a su casa. Todas las demás tenían trabajos de oficina en jornada completa y niñeras que las apoyaban con sus hijos. Cuando en una sesión hablamos de ese tema, el argumento de la mayoría era que las mujeres de ahora salían a perseguir sus sueños y que la independencia económica que eso les daba les permitía brindarles a sus hijos una mejor calidad de vida.

En las clases de estimulación temprana que tomé el año pasado con mi hijo también me llamó la atención que en algunas jornadas era la única mamá que entraba a la rutina de ejercicios. En varias sesiones me tocó compartir la sesión con las niñeras de los compañeros de nivel de mi hijo. Todos menores de un año.
Todo esto me ha hecho reflexionar sobre el sentido que le damos hoy al trabajo más importante y valioso que podemos tener las madres. Y cómo podemos perdernos en lo que el mundo trata de vendernos.
No busco criticar la decisión de las mamás que trabajan fuera de casa. Cada una tendrá sus motivos y no niego que en muchos casos, esa es la única opción que las familias tienen para salir adelante. Sin embargo, tampoco puedo ignorar que en muchos casos la opción no se toma por necesidad sino por escape, por presión social, por moda…
Varias veces he escuchado a mamás decir que ellas simplemente no nacieron para estar encerradas todo el día en sus casas. Que esa rutina las consume y las ahoga. Y la verdad es que nadie niega que el trabajo en casa es el más agotador y no termina a las 5 de la tarde. Pero la maternidad y el trabajo del hogar son cosas muchísimo más grandes y trascendentales que simples tareas domésticas que nadie nota.
El amor a los nuestros es lo que motiva una casa ordenada, una cena balanceada, sábanas y ropa limpia.
Quien ama a su familia siempre buscará agradarlos con detalles de servicio. Al final, el amor es eso: mil detalles bien hechos.
¿A quién se le ocurrió pensar y difundir que una madre no se realiza descubriendo su rol? La maternidad lleva implícito el trabajo, la superación profesional, el cumplimiento de nuevas metas, el estudio y esa “milla extra” que nos piden dar en cualquier trabajo.
¿No tendríamos que valorar igual el perfil profesional de una mamá que trabaja fuera con el de quienes están dedicadas completamente al cuidado de su hogar y sus hijos?
Cualquier tarea técnica que implique el mundo profesional es igual de compleja que las tareas de casa y estoy segura que incluso en el año más moderno de la historia, un hogar siempre necesitará (al igual que cualquier empresa exitosa) el amoroso trabajo de una gerente que gestione cada área de forma correcta.
Y ¿quién dice que las mamás en casa pasamos únicamente lavando platos? Por suerte, en este camino también he conocido a muchas emprendedoras que iniciaron sus negocios movidas por una decisión similar y que gestionan su trabajo mientras sus hijos duermen o estudian.
“Quién tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre un cómo” decía Nietzsche.
Si quisiéramos profundizar más en el amor y la esencia de nuestra maternidad, seríamos más conscientes de que para esto también se estudia y que cada semestre las tareas se complican. Convertirnos en mamás es como una de esas materias complejas pero fascinantes que llevamos en la Universidad. Te apasiona, te envuelve, te reta y te mantiene en constante aprendizaje.

También te marca para toda la vida, te da una nueva perspectiva de tu entorno y te ayuda a formarte el criterio. Y en este caso, lo que te juegas no es una simple nota de clase sino la formación de tus hijos.
Debemos dejar de pensar que el “éxito profesional” consiste únicamente en pasar las mejores horas de nuestra vida en una oficina para inyectarle a la economía y productividad de nuestro país. ¿Acaso no es más grande la tarea de formar a los ciudadanos del mañana?
Al final, la vida pasa, los hijos crecen. Y en cualquier momento podremos regresar, si así lo deseamos, a los afanes del mundo corporativo. Pero estoy segura que aun logrando escalar al puesto directivo soñado, ninguno nos dará jamás el poderoso título y cargo que ya ganamos: ser la CEO de nuestra familia, un incentivo laboral que no puede cuantificarse.