Hace unos meses escribí un artículo de tips para ir con pequeños a celebraciones religiosas. Del mismo surgió la excelente idea, sugerida por una de nuestras lectoras, de escribir un artículo que explorara la contraparte: qué debemos hacer como observadores en esos momentos en los que los pequeños no se están portando bien o están inquietos.
A ver, todos hemos estado en esta situación: estamos con un pequeño – nuestro hijo/a, hermano/a, sobrino/a u otro – que está haciendo un berrinche espantoso, que no está haciendo caso o que simplemente se está comportando como niño y todas las personas nos comienzan a ver. Morimos de la vergüenza, no sabemos dónde escondernos y comenzamos a decirle al pobre: “¡Cálmate! ¿No ves que todos nos están viendo?” o “¡Deja de sacarte los mocos!”…
También todos hemos sido esos observadores que vemos con mala cara a la mamá que tiene un niño cargado, una niña de la mano y otra que se le soltó y salió corriendo. Todos hemos estado en un avión en el que los niños lloran desconsoladamente o en una ceremonia religiosa en la que corren por aquí y por allá.
Todos tenemos un pasado 🙂
Y, ¿saben qué pasa en esos momentos? Que a muchos se nos olvida que fuimos niños y que seguramente nos comportamos de la misma manera en alguna ocasión.

No estoy diciendo que se deje a los niños hacer lo que quieran. Por supuesto que no, yo no enseñaría buenos modales y etiqueta si esa fuera mi manera de pensar. Pero sí creo que es esencial recordar algo importante: los niños son niños y no son adultos pequeños.
Y, por ende, no se van a comportar como adultos: su capacidad de atención es menor, su capacidad de autocontrol es menor, no modulan aún su voz, tienen una cantidad de energía envidiable, aún no saben controlar sus emociones ni tampoco han aprendido a aguantarse si algo les desagrada o es aburrido. Y por eso: lloran cuando están aburridos, corren desenfrenadamente al ver algo que les agrada, se ensucian al comer porque de verdad se lo gozan, se divierten cantando a todo pulmón y, sí, se sacan los mocos en público porque eso es lo que se siente bien. Eso no quiere decir que no se haga nada al respecto, por supuesto que se debe fomentar en los chicos la paciencia, el autocontrol, la limpieza, etc. pero siempre recordando que son niños.
Como todo en la vida, es una etapa. Los niños poco a poco van aprendiendo qué es correcto y que no es correcto hacer el público, aprenderán a modular su voz, aprenderán a controlarse y a controlar sus emociones tanto con la edad como con el ejemplo y las enseñanzas de sus padres.

¿Qué hacer entonces?
Así que, en lugar de hacer caras, gritar y juzgar, los invito a ayudar y a ser comprensivos en todas estas situaciones. Regresemos a la mamá que lleva al niño cargado y dos hijas de la mano cuando una se le suelta. Preguntemos: ¿La puedo ayudar con algo? Pensemos en el bebé que llora desconsoladamente en el avión, piensen: ¿el bebé entiende lo que está pasando y que se tiene que quedar calmado porque está en un avión lleno de personas? ¿Los papás realmente pueden controlar si el bebé llora o no?
Y siempre, siempre, tengamos en mente esto: los niños son niños y, por más que algunos quieran olvidarlo, nosotros lo fuimos también así que, es importante ser tolerantes. Pero, más que tolerar, debemos respetar tanto a los padres de familia como a los niños ya que no tenemos conocimiento de qué es lo que puede estar pasando o qué los hace sentirse o actuar así.
Y, siempre que podamos, recordemos ofrecer ayuda.
Podemos hasta prestarle, con permiso de los padres, un lapicero y papel a un pequeño para que se entretenga pintando durante la misa u ofrecerle un pañuelo a un chico que se sacó un moquito en público. Quién sabe, en el futuro puede que ese chiquito se convierta en un gran explorador. 🙂