Empiezo este artículo haciendo la aclaración de que yo no tengo aún hijos adolescentes, así que hablo desde la teoría. Yo sé que, en la práctica, las cosas pueden ser un poco más complicadas, pero aquí expongo lo que la teoría dice sobre la privacidad y el si debemos o no «ser espías» y revisar las conversaciones digitales de los hijos.
Encontré un artículo de Roldán en la página Etapa Infantil en la que se trata muy bien el tema. Ella comienza hablando de que, durante la etapa adolescente, los hijos tienden a alejarse de los padres y a contarles pocas cosas sobre su vida, algo de lo que hemos hablado con anterioridad. Yo concuerdo con ella y recuerdo que, en mi etapa de adolescente, no le contaba nada a mi mamá sobre cómo me sentía ni sobre quienes eran mis amigos, etc.
Ahora, si bien algunas veces le mentí a mi mamá y dije que iba a un lugar cuando en realidad iba a otro, mi mamá siempre, siempre, siempre respetó mi privacidad. Y es que, como dice Roldán, el error que cometen los padres es: “…pensar que los hijos no tienen derecho a tener o a guardar secretos.” Y sí lo tienen, ¡claro que lo tienen!
Todos tenemos derecho a una vida privada y, sobre todo durante la adolescencia, la defendemos a capa y espada.
La delgada línea de la privacidad
Tener secretos, tener vida privada e intimidad es parte de crecer y de encontrar la propia identidad. Esta vida privada es la que comienza a marcar la separación que se va dando entre el niño y su familia que eventualmente le llevará a ser un adulto independiente. El adolescente tiene derecho a tener espacios privados donde desarrollarse.
¿Qué espacios deben considerarse privados? Sus gavetas, su clóset, su diario, sus cuadernos, su teléfono, su computadora, sus mensajes, sus correos, su mochila, ¡hasta las bolsas del pantalón! Yo sé que puede dar tentación revisar todas estas cosas para conocer un poco más sobre qué está pasando en su vida, pero hay que evitarlo y convertirnos en espías permanentes.

Como padres, generalmente exigimos el respeto de nuestros hijos. Por ende, debemos respetarlos a ellos también. Los adolescentes, sobre todo, también necesitan sentir que confiamos en ellos y esto solo lo vamos a lograr si les damos cierto nivel de libertad y responsabilidad.
Ahora, reitero lo que dice Roldán en su artículo, la privacidad es un privilegio y no un derecho. La privacidad se gana con acciones concretas y siendo honestos y respetuosos.
Una vez se viola la confianza, se pierde el privilegio a la privacidad.
¿Cuándo es adecuado convertirse en espías? En realidad, nunca deberíamos hurgar entre sus cajones o sus cosas en secreto. Si vamos a hacerlo debería ser porque tenemos evidencia suficiente como para creer que algo está pasando. Puede ser justificado si creemos que existen comportamientos riesgosos o algún tipo de peligro.
La confianza, una meta posible
Ahora, ¿cómo logramos la confianza? Esto es algo que debemos trabajar desde la niñez. Si nuestros hijos desconfían de nosotros desde pequeños, y si nosotros desconfiamos de ellos desde pequeños, esto no se arreglará en la adolescencia. Es más, posiblemente empeore mucho durante esta etapa.

¿Cómo podemos entonces generar confianza dentro de la familia y evitar comportamientos espías?
- Hay que sentar las bases desde la infancia. No mentir a los hijos y no tolerar tampoco las mentiras. Respetar su privacidad desde pequeños: si nuestro hijo de 5 años no nos quiere contar algo o tiene un “cajón secreto” en su cuarto, respetarlo a menos que tengamos sospechas de que hay algo por qué preocuparse.
- Debemos esforzarnos por tener una comunicación abierta y respetuosa. Si tenemos dudas sobre algo, preguntar de manera honesta y abierta. Demostrar preocupación, pero nunca interrogar como que fuésemos policías ni juzgar cuando nos cuenten sus problemas o preocupaciones. Tal vez para nosotros parezcan superficiales, pero para ellos no.
- Validar sus emociones y escuchar sus opiniones. De esta manera, estarán más propensos a compartirlas con nosotros. Respetar su intimidad y sus tiempos. Que no nos quieran hablar ahorita no quiere decir que no querrán hacerlo después.
- Estar atentos a cambios de comportamiento, de humor, de amistades, etc. Aunque es cierto que estos son comunes en la adolescencia, conocer bien a los hijos hace que sea más fácil identificar signos de alerta para investigar más a fondo qué es lo que está sucediendo. La primera línea de defensa debería ser siempre preguntar pero, si vemos un cambio demasiado drástico o alarmante, entonces sí podemos sacar, después de haber agotado todos los otros recursos, la licencia de espías.