El lenguaje que utilizamos es una de las primeras manifestaciones de los buenos modales.  ¿Por qué? Porque es por medio de las palabras que demostramos respeto y consideración hacia otros.  Si utilizamos malas palabras para referirnos a otra persona o a una situación entonces estamos siendo irrespetuosos con la persona y poco tolerantes de la situación.

A ver, yo entiendo que a veces el tráfico o los malos conductores hacen que perdamos la paciencia y queramos gritar infinidad de obscenidades.  De verdad lo entiendo.  Sin embargo, tener un vocabulario adecuado es señal de educación, respeto y autocontrol.

Me ha pasado que veo padres que regañan mucho a sus hijos cuando se les sale una palabrota y, a los cinco minutos, oigo a los padres decir palabras que, en la televisión, serían un “¡Piiiiiip!”.  Me ha pasado también que veo a niños pequeños decir palabrotas y los adultos se ríen descontroladamente mientras dicen: “¡Eso no se dice!”.  También veo padres que dicen a sus hijos: “Eso solo lo pueden decir los adultos.” En todas estas situaciones el mensaje real que se le manda al niño es que las palabrotas son adecuadas y que, es más, hasta cómicas.

Pero, ¿qué pasa cuando normalizamos las malas palabras?

Hasta cierto punto nos volvemos una sociedad irrespetuosa, sobre todo cuando usamos palabrotas para referirnos a otras personas.  ¿Qué les enseñamos a los niños? Que las palabras que utilizan no tienen importancia y que pueden decir lo que sea sin preocuparse de los sentimientos de los demás.  Sin embargo, esto no es cierto, ya que las palabras pueden tener un gran impacto sobre nosotros.  ¿Alguien aquí recuerda tener unos 13 años y haber sido víctima de las palabrotas de alguien más? Quiero que recuerden cómo se sintieron y luego piensen si quieren que otras personas se sientan así.

Ahora, tampoco quiero que crean que estoy diciendo que jamás se les puede escapar una palabrota.  A todos nos pasa.  Pero yo les diría que hay que evitarlo lo más posible.  Primero porque da una mala impresión: ¿qué piensan ustedes de una persona que dice una mala palabra cada tres segundos? Quiero que de verdad piensen a conciencia y se den cuenta que, eso mismo que ustedes piensan de ellos, otros están pensando de ustedes.  Segundo porque es irrespetuoso con las personas que nos rodean y podemos ofender a alguien sin saberlo.  Tercero porque, aunque a veces decir una mala palabra puede ser catártico, si constantemente me estoy refiriendo a otros y a las situaciones con palabrotas hasta mi perspectiva ante la vida puede cambiar.

Lo que digo afecta lo que pienso y lo que pienso afecta tanto mi estado de ánimo como mi comportamiento.  Si constantemente digo: “Ese es un piiiiiip…” “¡Que piiiiip está esto!” ¿Qué va a pasar? Toda mi perspectiva se va a teñir de negatividad.

Así que, evitemos utilizar las malas palabras en la medida de lo posible y seamos más conscientes del poder que las palabras tienen tanto en otros como en nosotros mismos.

Es psicóloga clínica egresada de la Universidad Rafael Landívar. Aparte de la psicología siempre le apasionaron la etiqueta y los buenos modales y es por eso que, con una compañera de universidad, fundaron Molly Manners Guatemala: una academia de etiqueta, modales y habilidades sociales para niños y adolescentes. Ahora divide su tiempo entre dar clases de psicología en la universidad, impartir cursos y talleres en su academia, estudiar (que también le apasiona) y pasar tiempo con su esposo y su perro Mr. Pulgoso.