Tengo cuatro hijos, dos en el mundo físico y dos que están conmigo pero ya trascendieron a la casa donde todos volveremos. Para mí y la fe que profeso, están con y en Dios. Cuando ocurrió la muerte de cada uno, me invadió un sufrimiento tan inmenso que me dolía cada célula de mi cuerpo. Sin embargo, viví el duelo, lloré, me rebelé, no tenía ganas de nada, pero recorrí el camino del dolor intenso –esta inmensa pérdida te hace sentir un dolor indescriptible- a uno menor.
Aceptar la perdida fue un proceso doloroso, cansado y llevó tiempo, pero constantemente recordaba que seguía siendo madre; y eso me llevaba a seguir con las tareas del diario vivir, a dar fuerza, apoyo, amor y compañía a mis hijos… ahora que veo de lejos esos momentos, no puedo pensar en soportar tanto dolor yo sola, no hubiera podido sin la fuerza de Dios. Mis hijos, los que siguen aquí, crecieron sabiendo que son cuatro hermanos; los aman y los reconocen como miembros de nuestra familia. Ausentes físicamente, pero siempre presentes.
Como mamá y profesional, siempre me he preguntado ¿cuándo comienza una mujer a ser madre? y ¿cuándo una mujer deja de ser madre?
Algunos expertos dicen que la maternidad inicia en el momento del parto, otros en el momento de la fecundación. En mi caso me quedo con la segunda opción. Y para la siguiente pregunta, mi respuesta es nunca, el rol de madre se transforma y en esa transformación se enfrentan varios desafíos, que requieren ajustes.
Un desafío para el cual ninguna madre está preparada es la muerte de un hijo. Esto sobrepasa el orden natural, según lo que conocemos y esperamos: ver a nuestros hijos crecer, estudiar, transformarse, y hacer su propia familia. Podríamos definirlo como lo que no tiene nombre, pues tenemos términos para llamar a quien pierde a su pareja o a sus padres, pero para quien pierde a un hijo no hay un término que lo defina. Y pienso que talvez no hay término porque realmente el vínculo de una madre no finaliza…
Con la concepción de nuestros hijos ganamos esperanza, alegría, optimismo, nos afianzamos en el presente y proyectamos en el futuro. Desde la tanatología se dice que con la muerte de un hijo, se pierde el pasado, el presente y el futuro de ese ser querido. Este evento causa un dolor especialmente profundo: nos embarga una gran tristeza y confusión, lo que puede dar lugar a largos períodos de tristeza y depresión.
Aceptar la muerte de alguien tan cercano y tan importante como un hijo, puede tomar desde meses hasta un año para completar un duelo; y cuando hay más hijos, ¿cómo se intenta vivir con la enorme pérdida de este hijo que se ha ido y al mismo tiempo ser la madre para los que se quedan? Las etapas del duelo según la Dra. Elisabeth Kübler-Ros son:
- Shock
- Negación
- Ira
- Negociación
- Depresión
- Aceptación
Estas etapas se viven en el duelo de acuerdo a la persona que soy. Investigaciones recientes sugieren que no todas las personas pasan por las etapas en forma progresiva, así que el duelo se vive desde la unicidad y singularidad del individuo. Cuando un hijo muere, el rol de madre debe ajustarse y asumir la realidad de la pérdida: mi rol como madre para ese hijo cambió, pero el vínculo permanece porque con su muerte no dejo de ser su madre, ni él deja de ser mi hijo. El amor se mantiene y se debe rememorar y celebrar la vida de ese hijo: enmarcando fotos de momentos felices que vivieron, ponerle su nombre a un nuevo bebé o plantar un jardín en su memoria. Cada persona, cada madre sabe cuál es la forma más significativa de honrar esa relación única.
Cuando hablamos de proceso de duelo, nos referimos a un camino de dolor de más a menos, que es lo sano; y esto no significa, olvidar al hijo. Tampoco que superado el duelo ya no sentirás dolor, puedes sorprenderte que en el primer aniversario estés muy serena, y en el quinto te embargue una gran tristeza. Cuando no se da cabida a este proceso, la persona puede quedar estancada, no aceptar la pérdida y quedarse aferrada a la persona que murió. Hay madres que mantienen por años la habitación, la ropa, el puesto en el comedor del hijo, como si siguiera vivo y va a regresar en cualquier momento, se quedan peleadas con la vida y con su fe. Esta actitud nos habla de un duelo patológico, que hace daño a todos los miembros de la familia, especialmente a los otros hijos, ya que el mensaje que se les envía es: “tú no eres importante o no eres suficiente”; y ellos pueden manifestar una sensación de abandono.
Vivir el duelo
Como mencionaba, la ausencia física de un hijo implica la pérdida del futuro, de sueños y de esperanzas; generando un dolor tan profundo que no puede expresarse con palabras. Aunque cada uno vive el duelo desde sí mismo, su realidad y entorno, hay vivencias comunes; algunas las he experimentado personalmente y otras me las han compartido madres a quienes he acompañado en su proceso de duelo:
1.Es normal que experimentes enojo, rabia, frustración, desilusión, que te pelees con tus creencias e incluso con Dios. Lo importante es que le des cauce. Es decir, que acojas cada una de estas emociones, que aceptes que las estás experimentando: llora, grita, escribe, habla de cómo te sientes con tu familia, amigos, sacerdote, ya que esto ayuda para canalizar la experiencia y aprender a convivir con el dolor. Si ves que el tiempo pasa y no logras avanzar puede que necesites acompañamiento profesional, nunca debes entenderlo como debilidad; es madurez y sabiduría.
2. ¿Por qué se dice que el primer año después de la pérdida es el más difícil? La respuesta es porque cada momento que vives sin esa persona tan amada, es una forma nueva de vivir lo cotidiano. Aún más las fechas importantes: el primer cumpleaños del hijo que se fue, Navidad, el Día de la Madre…
Todas estas fechas fueron presentándose después de la muerte de mis hijos, pero recuerdo dos en especial: la Navidad y el Día de la Madre. Para Navidad mi ánimo no quería saber nada, pero como todos los años decoré mi casa y mis hijos amanecieron el uno de diciembre, como acostumbramos. Con la casa decorada, me enfoqué en ellos, en la manifestación de la vida; más que en el dolor que me invadía. No obstante, el Día de la Madre me sentía con una amalgama de emociones, por un lado me invadía la enorme tristeza de la ausencia de mis dos hijos, pero al mismo tiempo el agradecimiento y alegría por el don de ser madre y por los que están conmigo.
Dentro de nosotros siempre hay un sentido, un para qué, para trascender aún la situación más difícil y dolorosa. Aprendí a darle a cada fecha lo que corresponde, si es el aniversario de muerte de uno de mis hijos o su cumpleaños, vamos a misa o vamos a dejarle flores a su tumba. Si es el cumpleaños o aniversario de alguno de nosotros, los celebramos de acuerdo a lo que cada uno desee.
Es necesario aceptar que es un recorrido agridulce, porque aun en el dolor también tienes y se presentan motivos para celebrar, para volver a sonreír y experimentar la alegría, no debes sentirte mal por ello. Precisamente por haber entendido y soportado la tristeza más profunda y desgarradora es posible acercarse a la felicidad más completa, porque valoras cada una de esas oportunidades de celebrar la vida, en vida.
3.Cuando me preguntan cuántos hijos tengo, digo cuatro; talvez para algunas personas esto suene extraño o confuso, porque creen que después de esa respuesta deben dar explicaciones; pero les comparto que hasta este momento, no he tenido que hacerlo ni he querido hacerlo, creo que no es necesario. Puede que en algún momento esas personas que llegan a nuestra vida después de la muerte de tu hijo, algún día se enteren, talvez en ese momento conversemos de ello. Mi sugerencia es fluir con esa realidad de manera natural, no tienes que contarlo a todo mundo pero tampoco ocultarlo; encuentra en tu interior, lo que resuena y lo que te da paz.
4. Nostalgia: Ausencia presente de alguien. Aunque el tiempo pase y experimentemos un proceso de duelo, y volvamos a sonreír, a sentir alegría, siempre habrá una nostalgia por lo que pudo ser y no fue. Uno se sorprende preguntándose cómo sería, ya tendría tantos años, talvez ya se habría graduado… Y cuando participas en un festejo de un sobrino o el hijo de unos amigos, que tienen la edad que tendría tu hijo, sientes nostalgia, por lo que no fue, pero aprendes a vivir desde el misterio de la vida. Yo te sugiero que le des un cauce a ese amor que te quedó, que ya no lo puedes brindar como quisieras a tu hijo, y dirígelo a amar con intensidad, manifiéstalo (y esto puede ser de muchas formas) a ese niño, joven, amigo o pariente que lo necesita o que no lo necesita. A nadie le cae mal una dosis extra de amor, dedicación, ayuda , etc.
En mi caso, te comparto este artículo que es parte de lo que me he propuesto hacer desde un tiempo para acá. En el mes del aniversario de la muerte de uno de mis hijos busco dar un aporte, inicialmente lo pensé para un niño, pero cuando me dieron los títulos para desarrollar temas escogí este. Me dije: ‘’este es mi aporte del mes de septiembre’’. Y será para las madres que como yo, seguimos aquí, viviendo con un adiós que nunca quisimos, pero con un hola que aún es posible.
En lo que escribí comparto un poco de lo que sé, refiriéndome a conocimiento teórico y de lo que aprendí y puse en práctica desde mis propias pérdidas, espero sumar y ayudar a quienes lo necesiten.
Busca cuáles son tus formas y usa tus recursos; te invito a continuar tu camino y a reflexionar esta frase que me comentaron hace unos días: “qué privilegio tienen estas personas para tener desde ya ángeles en el cielo”. A mí me dejó pensando, que talvez…. sea otra forma de enfocar nuestra pérdida.