Tengo seis hijos y como podrán imaginar en mi casa hay un poco de todo. Los hay extrovertidos, introvertidos, ambivertidos… divertidos, sosegados, hablantines, lectores, estudiosos, relajados… Yo misma me veo como una persona introvertida y respiro con tranquilidad cuando escucho a Susan Coin hablar sobre El poder de los introvertidos (¡Así se habla, Susan para presidenta!), pero al mismo tiempo me maravillo de la capacidad que tiene mi esposo para hilar conversaciones con propios y ajenos, y también de la popularidad de mi cuarto hijo.
En fin, la vida de madre múltiple 😉 me ha llevado a conocer de primera mano, aunque empíricamente, la riqueza y profundidad de los polos de la psicología y la teoría de la personalidad.
Confieso que me he preocupado ¡mucho! al descubrir que algunas de mis hijas son igual o más introvertidas que yo. Quizá mis alertas sonaron porque seguro recordé momentos incómodos, diálogos ahogados, entrevistas de trabajo en las que no logré comunicar lo que soy o simplemente, mi introversión fue interpretada como incapacidad para relacionarme asertivamente.
Incluso me he sorprendido pensando cómo harán otros papás para “crear” hijos extrovertidos, ¿cuál será su receta?
Simplemente, no la hay.
Por ejemplo, en un artículo publicado en La Vanguardia, leo: “Detrás de estas variables –ser intro o extrovertido- hay una base fisiológica que, poco a poco, vamos conociendo. Se sabe, por ejemplo, que los niños introvertidos tienen un mayor nivel de activación cortical, es decir, poseen un cerebro que está activo continuamente sin apenas necesidad de estímulos exteriores. Los extrovertidos, por el contrario, son niños que tienen una activación cortical más baja y por eso necesitan más estímulos exteriores para sentirse bien: los buscan debido a que su nivel de excitación cerebral normal es menor. (…) Cuando entramos en la madurez, las relaciones entre lo que somos y el medio que nos rodea se hacen más complejas. Por un lado, a partir de cierta edad empezamos a elegir el ambiente que nos rodea en función de nuestra manera de ser. Encontramos, poco a poco, las circunstancias que nos dan la cantidad de estimulación que más nos agrada”.
Sin embargo, poco a poco ha sido mi propia experiencia y aprendizaje los que me han ayudado a comprender que realmente poner en una balanza el ser intro o extrovertido es realmente injusto. Si, así con todas sus letras I N J U S T O. Primero, porque las personas somos únicas. Las etiquetas solo tienden a uniformarnos en lugar de destacar nuestras peculiaridades. Segundo, porque ser introvertido no es sinónimo de ser inseguro así como una persona extrovertida no siempre tiene full confianza en sí misma. Tercero, porque no puedes comparar peras con manzanas, y al equiparar personalidades puede que tú elijas o creas que X es mejor que Y, sin embargo no necesariamente es así para todo el mundo. Y con los introvertidos simplemente ha sucedido lo que pasa con los zurdos.
Los zurdos viven en un mundo hecho para diestros, e imagino que les cuesta doble esfuerzo adaptarse. Pues, sucede igual: los introvertidos viven en un mundo que premia a los extrovertidos. Que valora a las almas de la fiesta, al de voz potente, al que no tiene ningún problema en brindar para celebrar cualquier ocasión, al que no balbucea ante las cámaras. ¿Es mejor y más alegre estar en la mesa en la que está el alegre, el dicharachero, el ocurrente? Puedo apostar que la mayoría de las personas responderán afirmativamente. Y eso a pesar de que se ha estimado que de un tercio a la mitad de la población es introvertida.

Pero, siguiendo con nuestros hijos, qué responderíamos si nos preguntáramos ¿en casa también premiamos la extroversión? A veces puede ser difícil comprender que uno de nuestros hijos opta por leer antes que ir a turistear a un centro comercial, o que prefiere tener un círculo de amistades significativas antes que ser popular.
Al final de cuentas, me parece que ambas personalidades requieren los mismos cimientos:
El conocimiento propio: una de mis frases favoritas pronunciadas por Susan Coin es
“Sin desierto, no hay revelaciones”.
No solo es una analogía inteligente, sino es una necesidad apremiante para cualquier persona, y en la cultura actual es aún más. Enseñemos a nuestros hijos a conocerse a sí mismos. Es difícil ser asertivos cuando no nos conocemos, resulta complicado donarnos cuando no hemos encontrado nuestra riqueza interior.
Una autoestima sana: querer a nuestros hijos como son. Así, sin más. Sean introvertidos, extrovertidos o ambivertidos. De eso depende que ellos se amen en su justa medida.
Inteligencia emocional: todos estamos llamados a profesarla, seamos introvertidos o no. Simplemente porque es la capacidad de regular nuestras emociones y relacionarnos saludablemente con los demás. Y la inteligencia emocional se aprende en casa, es su hábitat natural. Esta se educa, no viene de facto con ningún tipo de personalidad.
Un proyecto personal: esto no solo les dará sentido (que es vital) sino que enmarcará sus talentos y peculiaridades en la misión a la que están llamados y con la que cada uno se sentirá no solo cómodo sino feliz.
He visto / leído / escuchado teorías que sostienen, por ejemplo, que los introvertidos son líderes inspiradores, o que los extrovertidos son vendedores fenomenales. Pero creo que la personalidad (la nuestra y la de nuestros hijos), en lugar de encasillarlos en lo que deberían ser; más bien debe abrirles posibilidades sobre cómo quieren dejar su huella en lo que sea que elijan.