Durante unos años y sin quererlo he identificado a tres papás que me hubiera gustado tener. Es decir, no es que no esté contenta con mi papá es solo que definitivamente me he enamorado de algunos ejemplos de paternidad que la literatura y el cine nos han dejado. Es indiscutible que un papá puede cambiar la vida de sus hijos.

Sam: Papá en la película I am Sam. No puede más con el amor que siente. Pero, a veces la sociedad no entiende el amor; necesita tener más pruebas (¿pueden creerlo?) Necesita saber si ese papá será lo suficientemente listo, rico o simpático para cuidar a un hijo.  Y Sam solo tenía amor.

Pero yo pienso, ¿qué pasaría si todos los papás del mundo dejáramos de pensar en lo que podemos o no dar a nuestros hijos materialmente hablando y lo único que nos importara fuera cómo podemos amarlos mejor?

Guido: Papá en la película La vida es bella. Su sentido del humor es fenomenal pero se queda atrás si lo comparamos con su sentido de la vida. Yo sé que es una película; pero cuántas veces no hemos tocado a un papá de carne y hueso que ha sabido enseñar a sus hijos a sobreponerse a una tragedia o simplemente a ver el lado positivo de una dificultad. Sin duda, hay muchos guidos entre nosotros.

Podría ver una y mil veces La vida es bella y reír continuamente con las ocurrencias de Guido para enamorar a Dora, pero lo que me conmueve muchísimo es cómo es capaz de hacer a un lado la incertidumbre y el miedo para dar paso a lecciones continuas de cómo es amar sin medida. No tiene ningún empacho en inventar un juego para que su hijo ignore el peligro que hay en el campo de concentración o hacer el ridículo ante sus compañeros de barraca. El ingenio y el buen humor, dan a Guido un lugar privilegiado entre los padres que el séptimo arte ha recreado.

Hans Hubermann: Papá en el libro La ladrona de libros. Es el clásico papá cómplice. Pero no el que ridiculiza las normas de mamá, sino el que acuerpa a los hijos en sus sueños y aventuras. En la obra, Hans lee una y otra vez el Manual del  Sepulturero para Liesel, además le enseña a leer y convierte el sótano en un espacio entrañable. Sabe cuándo tocar el acordeón y cómo resguardarla de sus atrevimientos para evitar que robe más libros y se meta en problemas.

De nuevo, podríamos pensar que los libros y el cine nos presentan modelos que no son reales. Pero, si nos fijamos un poco, veremos que los papás de esta generación se involucran cada vez más en la crianza y educación de los hijos.  Es cierto, también  hay una oleada de hijos que han crecido y están creciendo sin un padre presente. Algo totalmente injusto.

Sin embargo, muchos de los que han tenido la valentía de ser padres presentes, suelen dejar de lado los estereotipos y se aventuran a hacer pachas, cambiar pañales y cuidar niños.

Y creo que eso es lo que necesita la humanidad: padres más involucrados  y mamás con más balance.

Esperemos que todos los papás del mundo amen sin importar lo que materialmente puedan dar a sus hijos, que aprendan y enseñen a reír y a quitar la voz de gravedad que a veces nos acompaña cuando estamos criando. Esperemos que todos los papás se propongan tener un corazón grande, en el que sus hijos puedan resguardarse toda una vida.

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.